LA ISLA DE GRETA. de Javier Guedez de la MakinaDeskrivir
La primera vez que vi a Greta, fue en el consultorio médico del Dr. Brolin, el padre del ex jugador de futbol de la selección nacional: Cara de niño Brolin, para ser exactos. Él fue quien días antes nos diagnosticara el síndrome de Asperger a ambos. Greta llevaba el pelo desarreglado, bolsas de sangre debajo de los ojos y un impermeable amarillo. Su mamá me dijo que tenía días sin probar comida ni hablar. Yo le pregunté que si estaba deprimida, y la Sra. Malena, me contestó que no, que era puro aletargamiento. Déjeme hablarle le dije.
- Greta, soy fan de las películas de tu abuelo Olof, pero no soporto la opera de tu mamá, parece un oso infartando cuando canta. Eso le dije mientras ella escribía sobre una libreta sucia, cifras extrañas, que yo no supe reconocer.
Por un momento logró fijar su mirada en dirección a una gota que bajaba de la pared, volteó a mirarme, pero no me contestó. Yo insistí.
- Bueno, está bien, no hay esperanzas.
- Ellos no quieren que tengas esperanzas. Quiero que entren en pánico.
- Ellos no quieren que tengas esperanzas. Quiero que entren en pánico.
Por fin Greta, logró hablar después de mucho tiempo, aunque todavía con la mirada en otro lado, no parecía de su edad.
- ¿Greta? ¿estás ahí?
- Como lo oyes, Javier. Nos estamos enfrentando a la sexta extinción masiva y el ritmo de extinción es 10.000 veces más rápido de lo normal.
- Yo jamás me he incorporado a un grupo de apoyo en mi vida. ¿Quieres un chocolate?
- Las promesas carecen de futuro, Javier. Todo esto está muy mal, y yo no debería estar aquí.
- Como lo oyes, Javier. Nos estamos enfrentando a la sexta extinción masiva y el ritmo de extinción es 10.000 veces más rápido de lo normal.
- Yo jamás me he incorporado a un grupo de apoyo en mi vida. ¿Quieres un chocolate?
- Las promesas carecen de futuro, Javier. Todo esto está muy mal, y yo no debería estar aquí.
Su madre, la Sra. Malena, la abrazó como lo hacen los osos después de la hibernación. Lloraba desconsolada sobre el pecho de su hija. Desde ese momento la temperatura comenzó a subir repentinamente, al punto de comenzar un calor asfixiante que hizo crujir los vidrios y las maderas.
Los que estábamos ahí nos venteamos con revistas viejas, pero no bastaba. Las paredes sudaban y formaban texturas de vapor sobre su superficie. Me asomé a la ventana y el monte de Kebnekaise empezaba a descongelar sus masas de hielo.
Greta perdió el conocimiento. Abrimos la puerta del consultorio y el doctor Brolin se encontraba tirado en el piso, aparentemente sin signos vitales. Subimos a Greta a los hombros y la intentamos llevar a su casa. El camino se encontraba despejado, ninguna figura humana transitaba, muchos cuerpos habían caído. Llegamos a un bar, cerca de mi casa, donde podríamos usar las neveras para enfriarnos.
De pronto, sentimos un movimiento telúrico que roncó desde la entraña hirviente de la tierra. Los ríos devolvieron sus antigüedades e inundaron todo en minutos. El lugar donde nos encontrábamos se elevó repentinamente, como si detrás del disfraz de un bar, hubiera un ascensor. Nos mantuvimos a salvo. Al rato Greta despertó y aceptó finalmente el chocolate. Su mamá continuaba su larga calavera de llanto. Le sonreí y aproveché para poner mis labios en su mejilla, como si se tratara de una hoja seca.
- ¿Todavía estás brava? Le pregunté.
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